PERDÓN
Espero que no se me arrugue demasiado la ropa en este micro; quiero llegar presentable. Para colmo, parece que el aire acondicionado no funciona o lo tienen bajito, para que el ómnibus pueda tomar velocidad. Hubiera sido mejor tomar el servicio Vip: un vehículo pequeño, para ocho o nueve pasajeros, con todas las comodidades. Pero sale únicamente los viernes y la verdad es que no podía esperar ni un día más. No aguanto las ganas de estar frente a ella. Hace noches que la sueño con el solero floreado, voladito abajo y arriba, a la altura del escote. Yo le compré vestidos más modernos, pero ese se lo había cosido su mamá, cuando terminó el bachillerato. Le tenía tanto cariño que, en cuanto me descuidaba, se lo calzaba y me esperaba en la puerta a que volviese de la oficina. Le gustaba caminar despacito hasta la plaza, darle un par de vueltas y regresar sin apuro; si estaba lindo, saboreando un helado. Limón y frutilla. Tan delicada que los gustos cremosos o con chocolate la empalagaban. Mi compañera de asiento se apantalla, creo que me puse demasiado perfume. Es que quería que durara hasta llegar. Yo no huelo nada; ¡Se evaporó por completo esta porquería! Quizás es que mi nariz se acostumbró y ya no lo percibe. No sé cómo tomará mi regreso. Puede que se haya ofendido, pobrecita, tan sensible. Aquella última noche le grité feo. Es que el amor a veces te ciega, o el orgullo, o la rabia. Los hombres somos así, querer nos da miedo. El tema de la pérdida, la incertidumbre. ¿A quién le gusta sufrir, revolverse en la duda, perseguirse? Y, no hay caso, nadie se salva estando enamorado. Ella era paciente, comprensiva; pero se ve que un día no aguantó más y me echó. Con gestos, actitudes, no con gritos, amenazas ni platos o jarrones detonando sobre mi cabeza. Era sutil, distinguida ¡Y tan hermosa! Dios mío, ¿irá a perdonarme? Tengo la mano acalambrada de sostener derechito el ramo de flores que le entregaré en cuanto me presente; no podía despacharlo, ni colocarlo en el portaequipajes de arriba para que me lo aplasten. Hasta una regaderita con agua traje, para rociarle a los pétalos cada tanto y preservarlo. ¡Qué calor, aquí dentro! Hace dos semanas que no logro pegar un ojo pensando en el reencuentro; por eso es que anteayer me decidí a emprender este viaje y reservé la primer butaca libre que encontré. Se ve que no escucha los mensajes porque hace días que me atiende su voz cantarina desde el contestador a la segunda llamada. ¿Seguirá enojada, o será solo tristeza? No pude avisarle que iba para allá porque esta mañana ya estaba la casilla llena. ¿Se habrá ido, también, de la bronca? Con la madre… Voy a empezar con las pastillas; tengo mal aliento: los nervios, la expectativa, la ansiedad de abrir la reja, bordear la hamaca, pararme delante del tilo de nuestro jardín, y suplicarle a la tierra removida donde la dejé, que por favor me perdone.
|