A ser como Pere, El Flaco, Tito Almafuerte, Arístides, Yago y Shorty se llega mediante variados y, a veces impremeditados, caminos. Una condición física, un desengaño, un romanticismo exacerbado o un plan fallido puede convertir al actor en villano exclusivo. Después, lidiar con los abucheos, la ignorancia y hasta los bajos honorarios de un público que sueña con los héroes de ficción, a los que conviene nunca quitar el maquillaje.
Amistad y actuación se conjugan para una última reunión en el café. Pere deberá enfrentar sus fantasmas para cumplir ese último deseo al compañero de ilusiones y fracasos. Jugar, siempre jugar; a ser otro, a ser mejor. Las encrucijadas del escenario se vuelcan a la vida. O al revés.
“… la nuestra es una profesión azarosa e inestable; vivimos sometidos a vaivenes –de la suerte o de las personas-, éxitos caprichosos y fracasos aún más antojadizos; dependemos de los juicios, sin leyes que los respalden, que pueden condenarnos y absolvernos por iguales motivos; y nos persigue, implacable, una certeza que, sin embargo, insistimos en contradecir: el olvido”
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